Por JORGE HUERGO
Evocar a Simón Rodríguez nos lleva a construir la memoria de una educación popular
latinoamericana nacida al calor de las luchas de liberación. Simón Narciso de Jesús Rodríguez
nació en Caracas la noche del 28 de octubre de 1769 y murió en Amotape, Perú, el 28 de febrero
de 1854, a los 84 años. Fue el tutor, maestro y mentor del Libertador Simón Bolívar (1783-1830),
quien decía que Rodríguez era el hombre más extraordinario del mundo. Fue bautizado el 14 de
noviembre de 1769 como niño expósito. Criado en casa del sacerdote Alejandro Carreño, toma
de él su apellido y es conocido como Simón Carreño Rodríguez. Documentos de la época y otros
testimonios hacen pensar que el sacerdote Carreño era en efecto padre de Simón Rodríguez y
también de su hermano José Cayetano Carreño, cuatro años menor que Simón, quien se
desarrollará como notable músico. Su madre, Rosalía Rodríguez, era hija de un propietario de
haciendas y ganado, descendiente de una familia que prevenía de las Islas Canarias.
En mayo de 1791 el Cabildo de Caracas le da un puesto como profesor en la “Escuela de Lectura
y Escritura para niños”. En esa escuela tiene la oportunidad de ser el tutor del futuro Libertador
Simón Bolívar (nacido en 1783), quien comenzó a vivir con el maestro Simón a los 12 años.
Debido a la influencia, al igual que muchos de los patriotas americanos que lideraron el proceso
emancipatorio, del Emilio de Rousseau (1759), Simón Rodríguez desarrolla una revolucionaria
concepción de lo que debía ser el modelo educativo de las nacientes naciones americanas. El
mismo Bolívar, en carta al General Santander en 1824, decía que su maestro “enseñaba
divirtiendo”. Este espíritu que intentaba romper con las rígidas costumbres educativas del
colonialismo español se reflejará en toda la obra y el pensamiento de Simón Rodríguez.
Sus prácticas e ideas educativas poseyeron varias características novedosas. En primer lugar, la
certeza de que el trabajo educativo requiere de una atmósfera propicia, capaz de facilitar los
espacios para la comunicación. Un espacio pedagógico que se construye; construirlo significaba
progresar en la mutua comprensión, en ese proceso de entre aprendizaje, al que aludía don Simón
Rodríguez.
Otra cuestión es el valor que le otorga al co aprendizaje, al partir de partiendo de una fuerte crítica al
sistema lancasteriano debido a su método memorista y a su rígida disciplina. La clave pasa por lo
compartido, por lo que puede ser aprendido de y con los demás. Vale decir, resulta imposible el
“inter aprendizaje” si se parte de una descalificación de los otros. Es imposible aprender de
alguien en quien no se cree, dice el maestro. De espíritu russoniano, Rodríguez consideraba que los
niños debían preguntar y no repetir, para obedecer a la razón, y no a la autoridad. Por eso
impulsó la interrogación mediante una “pedagogía de la pregunta” precursora de la de Paulo
Freire. Paralelamente, propone una educación que enaltezca la sensibilidad:
“Pierden los niños el tiempo / leyendo sin boca y sin sentido / pintando sin mano y sin dibujo / calculando
sin extensión y sin número. La enseñanza se reduce á fastidiarlos / diciéndoles, á cada instante y por años
enteros,/ así---así---así y siempre así / sin hacerles entender/ por qué ni con qué fin...no ejercitan la
facultad de pensar, y / se les deja o se les hace / viciar la lengua y la mano que son...los dotes más
preciosos del hombre...No hay Interés, donde no se entrevé el fin de la acción... Lo que no se hace sentir
no se entiende, y lo que no se entiende no interesa” (Rodríguez, 1954: 210).
La perspectiva político cultural: el sujeto latinoamericano
Más allá de esas características específicamente pedagógicas, acaso lo clave de recuperar esta
memoria postergada sea su perspectiva político-cultural, que posee un valor insoslayable para
nuestro tiempo.
Su punto de partida es “la complejidad de lo iberoamericano y caribeño (que) es una de las
percepciones fuertes de Simón Rodríguez. En su captación de la multi causalidad de lo
latinoamericano estriba probablemente la vigencia de su obra, así como la posibilidad de
destrabar las razones de su postergación.” (Puiggrós, 2005: 35). Negros, indios, mestizos,
marginados, desamparados –los “desarrapados”, como él decía–, los pobres, no estaban en el
lugar de “lo otro” o de lo ajeno, donde lo ubicaron proyectos como el de Sarmiento o incluso el
de Alberdi. “Todos huyen de los Pobres / los desprecian o los maltratan / Alguien ha de pedir la
palabra por ellos”, dice (Rodríguez, 1954: 191); “Porque, en vida de Bolívar, lo único que le pedí
fue que se me entregase, de los Cholos más pobres, los más despreciados, para irme con ellos a
los desiertos del Alto-Perú – con el loco intento de probar. Que los hombres pueden vivir como
Dios manda que vivan” (Rodríguez, 1954: 349). El reconocimiento del sujeto latinoamericano lo
hacía al tener en cuenta razones culturales y socio-económicas.
Se trata entonces de un pensamiento inverso al de Sarmiento. Para Rodríguez, la educación
latinoamericana debía tener como base de sustentación a la población pobre, diferente de los
blancos europeos, y marginada. Él consideraba a los pobres con las mismas capacidades que las
de las élites europeas o vernáculas; y, en consecuencia, ellos tenían, pese a la legalidad dominante,
iguales derechos a la educación. Además, pensaba que eran la base de un sistema educativo que
jugara a favor de la liberación y de una democracia popular. Mientras Sarmiento imaginaba a la
instrucción como una “preparación para” la participación en la sociedad institucional, Rodríguez
concebía la unidad entre sujeto cultural, educativo y político. No hay “preparación para”; como en
otros pedagogos políticos, Rodríguez está convencido que la experiencia social y política es hoy
(en el presente), y la hacen los sujetos políticos, en este caso, los pobres. Por eso “sus
contemporáneos primero lo acusaron de borracho, de loco, de embaucador” (cf. Puiggrós, 2005:
51). Les molestaba que pusiera energías en los pobres, los indios y los negros; pero más les
molestaba que pensara que, a través de su instrucción, se iban a formar como ciudadanos e iban a
poder ascender en la escala social.
Igualdad, economía social y educación popular
Por otra parte, Don Simón unía dos estrategias político-educativas: formar ciudadanos
productores y desarrollar la industria y el comercio, motivando a estos últimos mediante políticas
proteccionistas. En Sociedades americanas en 1828 expresa que “Sólo pido a mis contemporáneos
una declaración que me recomiende a la posteridad como el primero que propuso, en su tiempo,
medios seguros de reformar las costumbres para evitar revoluciones, empezando por la economía
social, con una educación popular”. Cree en la igualdad de los hombres, de todos los hombres de
los pueblos latinoamericanos. Pero no lo cree en abstracto, como si se tratara de una esencia, ni
como si fuera el resultado del paso por el sistema educativo. Por el contrario, Rodríguez habla del
reconocimiento de una igualdad de existencias que se hicieron desiguales no por razones
naturales, sino por injusticias. Por eso la igualdad se logra y fortalece en el interjuego entre
economía social y educación popular.
La presencia de una ausencia: sujetos políticos y saberes del trabajo
Es posible que las ideas de Simón Rodríguez significaran las mejores para el futuro, pero no se
cumplieron en su época. Acaso por eso el legado de Rodríguez quedó en la historia
latinoamericana como un deseo, como la presencia (siempre provocadora) de una ausencia. Un
deseo que fue advertido por los sectores dominantes como cargado de poder, y precisamente por
eso fue combatido e invisibilizado. Un deseo que, a la vez, es permanente interpelación y desafío
a las políticas culturales y educativas.
“Pero el proyecto de Simón no era marginal. De haberlo sido, no hubiera alterado los nervios de
tantos políticos, vecinos notables, generales y curas poderosos. Su carácter subversivo no está en
la elección de un sujeto descalificado por las clases acomodadas y dirigentes para desarrollar su
tarea pedagógica” (Puiggrós, 2005: 59). Hay otras razones vinculadas con el propósito de que
esos sujetos tuvieran un protagonismo político, con la insistencia en enseñar saberes del trabajo
casi sin distinción de clase, y con el programa de enseñar a trabajar también a los ricos. El trabajo
no es considerado una actividad más, sino un principio pedagógico.
El proyecto de Rodríguez no terminaba en la constitución de un sistema de instrucción pública
para sostener las Repúblicas nacientes. La propuesta del venezolano volvía locos a sus
contemporáneos: la escuela era visualizada como un instrumento para promover a los sectores
populares y no para disciplinarlos (como lo fue en el proyecto de Sarmiento y el de la legislación
que acompañó a los sistemas educativos del siglo XIX, que muchas veces se inspiraron en el
modelo de la Ley Ferry de Francia, de 1882).
Sin embargo, lo más revolucionario es que alienta a los pueblos latinoamericanos a construir el
futuro con sus propias manos. Por eso, con tanta fuerza, oponía imitación a invención. No hay
salida por la vía de la imitación de lo europeo, sino que desde este “nosotros”, desde este sujeto
latinoamericano, hay que inventar. Con esto rompe el círculo vicioso de la época en que las ideas
iluminadas y los modelos institucionales provenían de Europa, para gobernar y disciplinar “lo
otro” latinoamericano (negros, indios, mestizos, marginados, desamparados; desarrapados). Más
tarde, en el siglo XX, el pedagogo cordobés Saúl Taborda (1885-1943) dirá que las instituciones
imitadas cargan con conflictos que les dieron origen y que son propios de otros contextos, por
eso fracasan o no dan respuestas adecuadas o satisfactorias a los problemas de nuestros pueblos.
La invitación de Don Simón es provocativa: “Inventamos o erramos”; y en tierra de pobreza e
injusticia, no podemos darnos el lujo de errar. Hay que crear –para Rodríguez– la juntura de la
docencia con el aprendizaje simultáneo de oficios, la Escuela Social y la educación popular, la
coeducación, la formación de protagonistas de una democracia popular.
Simón Rodríguez, viajero incansable, cuya vida también estaba hecha de una trama de otros
viajeros. Una de las notas más significativas de su pedagogía que se vincula con el mundo de la
vida, es el viaje, con su enorme riqueza simbólica y su significación pedagógica En su caso,
particularmente el viaje con Simón Bolívar por Europa.
En 1804, Simón Bolívar (con 21 años) ha quedado viudo; posiblemente estaba en una mala
situación emocional y decide emprender un viaje. Busca en Europa a su maestro Simón (ahora de
35 años), a quien logra localizar en Viena. Quizás, en ese reencuentro, era el destino de Bolívar lo
que el maestro quería ayudar a que naciera, por lo cual le siguió a París. Bolívar no ha logrado
mejorar del todo de su dolencia psíquica, y el Maestro Simón le propone un paseo de
rehabilitación, viajando a pie hasta Italia. Y parten. “Era el mes de marzo de 1805. Acompañado de
Rodríguez salió de París Bolívar con la salud quebrantada” (cuenta Daniel Florencio O‟Leary en sus
Memorias de 1883) “Descansó algunos días en Lyon; siguieron luego los dos viajeros a pie, haciendo cortas
jornadas por consejo de Rodríguez y como único medio, decía él, de que su discípulo recobrara la salud perdida”.
Viajando juntos por Europa... A pie se conversa, se lleva tal o cual libro, se dialoga y se discute,
se miran otros espacios, otros paisajes, se conoce otra gente, se comenta acerca de los lugares por
donde se pasa. En el viaje hay distintos olores, distintos colores, diferentes sonidos, músicas,
canciones. En el viaje se tienen experiencias de otras formas de vivir la fiesta, de comer y cocinar,
de jugar, de enterrar a los muertos. El hombre se interroga e interroga al viaje: el viaje significa
una serie de preguntas a las que se debe responder de manera fecunda. Preguntas que nacen de la
experiencia social y, a la vez, la provocan. Toda esa tierra recorrida, de tanto historia y de tan
variado paisaje –como un retorno a la naturaleza– educa y abre iniciativas. En los viajes a pie, en
movimiento, se instala más la vida que en el reposo. Ya no es el maestro el que enseña; el
pedagogo es el viaje. El viaje es un espacio múltiple y móvil, con sus variaciones, que adviene
proceso educativo. Un proceso educativo vital que, además, articula el diálogo y la experiencia
social.
Van a Milán y allí son testigos presenciales de la coronación de Napoleón Bonaparte (mayo de
1805), como Rey de Italia y de Roma. Arriban a Venecia –de donde proviene el nombre
“Venezuela”, que significa pequeña Venecia– y les gusta muy poco la ciudad. Continúan por
Ferrara, Padua y Bolonia, hasta Florencia, donde se quedan semanas, hasta satisfacerse. De ahí, a
Roma, que aflige, pero entusiasma, anima al espíritu para los grandes sueños y promesas.
Con ese ímpetu dentro, el 15 de agosto de 1805, tras cinco meses de viaje, Rodríguez y Bolívar
ascienden a una de las siete colinas de la ciudad. Suben al Monte Sacro, dialogan, discuten,
recuerdan; se abren, de pronto, hacia el porvenir, como rasgando las nubes del tiempo; examinan
la situación de la América sojuzgada; advierten la posibilidad de liberarla, destrozando la vasta red
opresora; ven en lo profundo la fuerza que se requeriría para el reto y la acción. Y hacen un
juramento que es el fruto educativo del viaje. Cuenta Rodríguez: “Y luego Bolívar, volviéndose
hacia mí, húmedos los ojos, me dijo: Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres; juro
por mi honor y juro por la patria, que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma, hasta que
no haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español (Rodríguez, 1975). Por
su parte, narra Bolívar: “Abrazándonos, juramos libertar a nuestra patria o morir en la demanda”
(Bolívar, 1950).
El viaje ha sido una forma bien concreta, revolucionaria, con la vida latiente que la atraviesa, de
experimentar lo educativo y el amor que suscita. Con el paso del tiempo, dirá Bolívar al General
Santander: “Yo amo a ese hombre con locura. Fue mi maestro, mi compañero de viajes, y es un
genio, un portento de gracia y talento, para el que lo sabe descubrir y apreciar. Todo lo que diga
yo de Rodríguez no es nada en comparación con lo que me queda. Yo sería feliz si lo tuviera a mi
lado” (cf. Bolívar, 1950). Como nuestro tiempo, si tuviera presente su ausencia, haciéndola
proyecto.
Bibliografía citada:
Bolívar, Simón, Obras Completas, 3 Vols. La Habana, Lex, 1950.
Puiggrós, Adriana, De Simón Rodríguez a Paulo Freire, Bogotá, “Premio Andrés Bello” 2004, 2005.
Rodríguez, Simón, Escritos de Simón Rodríguez, 3 vols., Caracas, Imprenta Nacional, 1954.
Rodríguez, Simón, Obras Completas, Caracas, Ediciones Arte, 1975.
Rumazo González, Alfonso, Simón Rodríguez, maestro de América, Caracas, Ministerio de Comunicación e
Información, 2006.
Wainsztok, Carla, Simón Rodríguez. Pedagogía y emancipación, Bs. As., 2009.
Hola Profe muy lindo su blog muy variada la cantidad de articulos y tambien me gusta como esta detallado el programa a seguir relacionada con nuestra futura actividad DE AT .-
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